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29 Festival de Cine de Lima: Crítica de “El Príncipe de Nanawa" (2025)

Hoy martes 12 de agosto se realiza la última proyección de El Príncipe de Nanawa en el 29° Festival de Cine de Lima que es parte de la Competencia Documental. Acá la crítica.


El Príncipe de Nanawa (2025)
"El Príncipe de Nanawa" (2025). Fuente: IMDb

El príncipe de Nanawa es un documental argentino dirigido por Clarisa Navas. En él, la cineasta sigue durante diez años a Ángel, a quien llama "el príncipe de Nanawa". Situada entre la frontera de Argentina y Paraguay —una zona marcada por el contrabando de todo tipo de bienes—, la película nos presenta a este niño y su paso hacia la adultez. A través de las imágenes, somos testigos de cómo va cambiando, madurando y tomando decisiones para su futuro, siempre con una sonrisa, incluso en un mundo que pareciera decirle lo contrario.


Uno podría pensar que, al tratarse de un documental y tener una duración que bordea las tres horas y media, será una película densa, aburrida o incluso olvidable. Ese también fue mi prejuicio inicial. Pero cuando empezaron a correr los créditos, me descubrí completamente entregado a un relato tierno, desgarrador y —dependiendo de cómo se mire— esperanzador.

También podría pensarse en un paralelo con Boyhood, de Richard Linklater, como si esta fuera una suerte de versión latinoamericana de aquella ficción. Y, en parte, podría serlo: seguimos al mismo protagonista durante una década. Sin embargo, a diferencia del suburbio estadounidense retratado en Boyhood, aquí nos encontramos ante un relato real, inmerso en un contexto completamente distinto, mucho más áspero y vulnerable.


El valor del documental no está solo en observar el crecimiento de Ángel, sino en la relación que los realizadores construyen con él. No se limitan a filmarlo: lo acompañan a lo largo del proceso, creando un vínculo casi fraternal entre el equipo y el protagonista. Podría discutirse si es ético que el documentalista influya sobre su sujeto, que le indique por dónde moverse o qué decir. Pero esta película parece ser la excepción. Quizá por el tiempo compartido, o porque la historia misma lo requería.


Tanto Ángel como Clarisa —la directora— logran transmitir una sensación de esperanza, incluso cuando el contexto en el que viven no es el más favorable. Aunque la sociedad suele dictar un destino marcado para quienes nacen en ciertos estratos sociales, el modo en que se ha acompañado a Ángel —el príncipe de Nanawa— genera empatía, cariño e incluso preocupación por lo que le ocurre y por las decisiones que toma a lo largo del filme.


El documental nunca demerita ni invalida los pensamientos o emociones de ese niño que se convierte en hombre. Por el contrario, los acompaña y los cuestiona con la ternura y el cuidado de una hermana mayor o una madre adoptiva. Ese vínculo palpable es lo que hace que la película trascienda: no se limita a registrar una situación precaria durante años, sino que ofrece un relato profundo sobre el positivismo y la resistencia en un entorno que constantemente parece negarle cualquier posibilidad.



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